Salir del clóset de la escritura
Un tipo de encierro para el que me faltan metáforas
No me animaba a decirlo en voz alta.
No me animaba a escribirlo en mi cuaderno.
Se me notaba por todos lados.
Yo seguía sin lanzarme.
Me refugiaba en un juego de imitación.
Había viajado un poco, visto unas cuántas películas. Tenía un estereotipo bastante definido. Unas cuántas conductas que me servían de guía.
Los libros, especialmente, fueron los más culpables de todos. Desde chica venía leyendo historias donde sus protagonistas habitaban esa piel. Cuerpos con permiso. Cuerpos que podían lo que yo aún no.
Relatos de alguien en su escritorio, en primer plano, con una pluma entre los dedos, salpicando tinta en un manuscrito. Otros, más modernos, meta hacer sonar máquinas de escribir.
Llegaron luego las computadoras. Las manos se agitaban veloces ahora sobre los teclados.
Desde Jo March de Mujercitas en su ático, hasta Kerouac en su auto o Hemingway entre barcas pescadoras.
Imágenes idílicas, inmortalizadas en mi arcón de los recuerdos de lecturas favoritas y postradas en un baúl de sueños imposibles.
Porque creía que, para mí, eso sería imposible.
Así que cuando los blogs de viajes comenzaron a llamar mi atención y a brindarme algo más que guías de atractivos turísticos y descuentos a presupuestar, descubrí una primera veta, un hilo de luz que entraba a mi escondite y me invitaba a salir.
Quizás podría viajar. Sentarme en un café. Escribir algo más que mi diario íntimo.
Ser desconocida me dejaba un margen de acción antes impensado.
Tuve muchos trabajos y ocupaciones, estudié, me gradué, seguí trabajando. Parecía que mi vida se iba a tratar de eso: seguir un camino que fui dibujando con unas coordenadas organizadas.
Algo en mí nunca estaba feliz.
Algo en mí no se contentaba con uniformes ni trajes ni maletines corporativos.
Los congresos no me servían de tertulia. Mi cuna no podía ser un escritorio de hospital. Tampoco una oficina de luces tenues.
Tuve un diploma certificando que ya tenía permiso para ejercitar legalmente una disciplina. Jamás fui capaz de colgar el cuadro.
“Si querés escribir, escribí”, me dijo mi amiga Agus cuando se cansó de verme atrapada en una oscuridad sin guardias ni barrotes.
Simple. Sencillo.
Como esas palabras hechas de agua y color celeste cielo.
Aire que llenó mis pulmones. De pronto, por fin: la alegría de vivir.
Y vivir para contarlo.
Un clóset del que sí pude salir.
Y así comencé a decir en voz alta que yo quería escribir, que soñaba con hacerlo todos los días y por siempre o mientras lo adore, como lo adoraba entonces.
Y pasaron los años y pude decir en voz alta que yo era escritora.
Porque le fui perdiendo miedo a la palabra.
Porque se materializaron pequeños y grandes sueños, basados en esas imágenes que los clásicos y los nuevos me regalaron, desde mi infancia y durante esta adultez que transito aún hoy.
Abrir un blog. Lanzar una newsletter. Asistir a clases y talleres. Publicar un libro. Dar charlas y hacer presentaciones. Participar de una antología. Colaborar con revistas. Presentar en la Feria del Libro.
Cada uno de esos hitos fueron los primeros grandes sueños que no me animaba a confesar.
Decenas de cuadernos fueron llenados gracias a los cafés y las birras que me animé a pedir y devorar en mesas de bares que fueron mi primer hogar. Mi exilio y mi refugio. Mi atelier.
Lo más difícil de salir del clóset, fue empezar a dudar: qué cosas se podían decir y cuáles no. Qué textos podrían dejar la hoja mía para pasar a la hoja tuya, o la de alguien más. Saber discernir qué vale la pena compartir y qué no.
Porque escribir, escribí siempre.
Lo que me daba pánico, era que se dieran cuenta. Que te des cuenta. Que sepas que mi pasión pasa por acá. Por crear lo que nadie necesita y todes necesitamos, aunque no lo sepamos.
La creatividad es lo que nos hace personas, seres sociales, especie humana.
Salí de ese clóset y vuelvo cuando siento que no quiero compartir mis palabras. Cuando me da vergüenza lo que salió de mí.
Ahora, la puerta queda entreabierta.
✍🏼🪷🧉
¿También escribís? ¿Soñás con hacerlo?
✍🏼🪷🧉
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Porque escribir también es eso: empezar a hablar con otras almas curiosas.
Gracias por leernos en este envío sensible desde nuestro Escritorio Compartido.
Nos seguimos leyendo 🌙
Tengo una relación tóxica con la escritura en la que abro las puertas y las cierro - ME cierro. Cuando me expongo de una buena vez y publico en este pequeño espacio llamado Substack algo chiquito de la cantidad de cosas que escribo, me digo: bueno, ahí está. Es hora de seguir con la puerta abierta. Y al cabo de un tiempito me cierro de nuevo.
Con el tiempo me di cuenta que le tengo que dar aire, otras veces son solo excusas. jajajaja Me gustó mucho esto que dijiste al final "la puerta queda entreabierta". Lo tomo para cuando vuelva a abrir la puerta. ;)
Me gustó la metáfora. A pesar de que escribo cuadernos y diarios desde los seis años (tengo cuarenta y cinco), yo salí del clóset hace muy poquito. Mi primer paso, que resultó decisivo, fue anotarme en un taller de escritura semanal. Me encantó la experiencia y ya voy por mi segundo año. Siempre quise escribir "en serio" y nunca me había animado. ¿Animado a qué? A creer en mí, a creer que podía escribir. Creo que ahí está la clave. Después, es cuestión de trabajar mucho, pero mucho. El 31 de diciembre del 2024 publiqué mi primer post acá en Substack. Me había propuesto no postergar mis ganas para el año siguiente. Fue una fecha simbólica, pero a mí me sirvió. Y acá estoy. Me cuesta mucho publicar y me cuesta lidiar con mis dudas y mi autoestima y todo lo demás, pero ahora hay algo que es distinto: sigo y sigo. No quiero dejar de escribir.